viernes, 19 de junio de 2015

A menos diez

Y mira que no creía en arrepentirme. Que si algo se hacía era porque se sentía, y ya. Que todo venía por algo y que si ocurría era porque tenía que ocurrir. Que si no hubieras querido no lo hubieras hecho. ¿Pero qué coño queda ahora? Un vacío inmenso. Vacío. Lleno. De nada bueno y de todo malo. Ni un puto gramo de esperanza. Todo por actuar sin más, sin pensar. Sin saber a qué jugaba. Y jugando es cuando te das cuenta que hasta se puede perder todo lo que apuestas. Todo.

La pregunta es qué apostamos. Si no apuestas, tampoco vas a ganar nada, pero no lo vas a perder. Y te perderás cosas, cartas o jugadas que a veces es mejor que te pierdas. O no. Si decides ir: o lo ganas, o lo pierdes. Pero como la vida es tan puta: lo más seguro es que lo pierdas. Y te arrepientas. Y mira que no creía en arrepentirme. Si decides verlas, ahí estarás observando como te la juegan sin poder hacer nada. Inmóvil. Impotente. Pero... Y si la pregunta no es qué apostamos, sino ¿por qué? ¿Por qué apostamos? Apuestas para sentir miedo, para verte en las últimas. Tal vez para sentir que estamos vivos, para sentir el riesgo, para provocar al destino. O simplemente porque quieres apostar.



Alguien una vez me enseñó que o estás arriba, o estás abajo. Que es esa la mejor manera de vivir. Que de los momentos 0 no te acordarás, y que da igual si estás en un momento diez o en uno menos diez: de esos te acordarás seguro. Todo lo que sube baja, pero todo lo que baja también sube. Poco a poco, pero sube. Y estar abajo duele. Cuando estás abajo, te lo replanteas todo, el por qué apostaste, el cuándo apostaste, el a quién apostaste... Y te arrepientes. O no. Eso ya cada uno. Pero mira que yo no creía en arrepentirme. Y hoy lo hago.