miércoles, 18 de marzo de 2015

Momentos

Nos aferramos a algo que nos hace sufrir, esperamos a sufrir para acabar con una situación que nos consume. Esperamos que llegue el día en el que no aguantas un minuto más sin saber qué hacer, y estallas. Esperamos a un momento en concreto para viajar, pero ¿por qué esperar? Si quieres viajar, hazlo, no esperes. Si quieres besarte, bésate, no esperes. Que la vida ya corre como para que nos tengamos que esperar a que lleguen los momentos adecuados. No existen los momentos adecuados, ni los equivocados: existen los momentos, sin más. Así que no esperes, no esperes a nadie, no te esperes a ti mismo. Haz que tu cuerpo tenga que correr para atrapar a tu alma. Si vivimos esperando no somos conscientes de todo lo que nos perdemos, de todo lo que no vemos. Pregúntate si vives el momento, o el momento vive por ti. Si haces que los momentos no existan porque tú decides cuando es el momento. Que el momento dependa de ti.  Si vas a estar esperando siempre, o no quieres que te esperen.


¿Equivocarnos? Seguro. Pero ni nacemos perfectos ni vivimos para serlo. Vivimos para mejorar, para empezar desde cero y llegar al cien, quedarnos a la mitad o no superar el diez. Vivimos para ser nosotros y vivir a nuestra manera. Pero no vivimos para esperar. No vale la pena esperar a sufrir para empezar a disfrutar. Ni te darás cuenta, y será demasiado tarde para empezar a vivir, así que no esperes, equivócate. Y levántate sin esperar a alguien que lo haga por ti. Aprende que no necesitas a nadie que no seas tú. Por que tú estarás contigo siempre, pero miles de personas te abandonaran, incluso aquella que te sonrió en el metro, algunas falsas amistades, algunos expertos en promesas, otros que no lograrás recordar su nombre, y también esos que recuerdes hasta su perfume. Por desgracia (o por suerte) durante el transcurso de la vida nos abandonan, y algunas marchas son dolorosas y otras las agradecemos. Pero no eres tú quien escoges el momento en el que se van.

Por eso y por mil cosas más, no esperes ni un segundo para hacer lo que te ronda por la cabeza, que si puede ser, ni te lo pienses. Porque si lo piensas, lo sientes. Y cuando sentimos algo, lo hacemos con ganas, lo disfrutamos y sentir las cosas nos hace estar vivos. No voy a quedarme de brazos cruzados esperando el momento, esperando el lugar, esperando algo adecuado. Si tengo que equivocarme, me equivocaré, pero que por la incertidumbre o el miedo a fallar, no sea. 

lunes, 9 de marzo de 2015

Para ti



Para ti. Por ser lo que siempre has querido ser. Por conseguir todo aquello que has querido conseguir. Por amarme más de lo que creo merecer. Por ti hoy lucho

Lucho. Lucho porque no hay nada que me parezca más valioso que tú. Por las ganas de vivir que desprendes, de comerte el mundo. Lucho porque me han repetido millones de veces que vale la pena luchar, por lo que vale la pena tener. Y tú, amor, tú mereces la pena en todos los sentidos.



Mereces la pena. Mereces la pena cuando ríes, cuando duermes, cuando gritas en medio de la calle que no quieres a nadie más de lo que me quieres a mi. Mereces la pena porque sueñas, y no existen los tiempos dificiles para los soñadores.

Sueñas. Sueñas en grande o en pequeño, da igual cómo sueñes, la cuestión es no dejar de hacerlo. Tener metas, tener propósitos. Sueñas que ganas, pero no vives en un mundo imaginario y sueñas que pierdes y eso te hace fuerte.

Fuerte. Fuerte al caer, fuerte al andar, paso a paso o deprisa. Fuerte al levantarte. Fuerte porque cuando pisas haces que todo el mundo se gire. Fuerte porque bailas como si no hubiera nadie mirando. Fuerte porque no existe el miedo para ti. Y si tienes miedo, estoy aquí, para ti.



domingo, 8 de marzo de 2015

Lo que no decimos


Estoy aquí, sentada delante del ordenador. Ni plumas ni papel. Pensando si continuar con éstas cuatro palabras mal escritas, con la frase que temo ponerle un punto. Pero todo lo que escribo quiero leértelo, y aquí supongo que estoy, hablándote a pesar de que no sé si tú escuchas las palabras o solo soy ruido. 

Aquí estoy, entregada a ti, desnudando mis sentimientos, mi corazón. Desnudándome con miedo como la primera vez, ante ti.  Le temo al tiempo, le temo al futuro, le temo al vacío. Le temo al hecho de no estar un día más contigo. Me dijiste que no se refleja nada en mil hojas a papel, en cinco mil palabras escritas. Y así es, las cosas se demuestran en hechos. Hechos en los que yo fallé, en los que me equivoqué y no voy a intentar justificar. Me equivoqué y así me entrego a ti, repleta de errores e imperfecciones que algún día espero que logremos olvidar. Juntos.



Supongo que te estarás preguntando por qué te escribo, con qué intención. Y no te voy a mentir. Mi intención y mis palabras se dirigen a recuperarte. A ti. Te veo tan lejos… y tengo tanto miedo. Esta noche he comprendido el dolor que te he hecho sentir, el dolor que he causado a la persona que más amo. La persona que amo. Me he levantado sudando a las 4, las 5, las 6… Pegada a unos calzoncillos que dejaste en un cajón, intentando olerte, intentando tenerte cerca. Me he levantado por la mañana, abrazada a tu ropa, bañada en lágrimas. Hoy he comprendido cuánto te amo, cuánto realmente te necesito. Cuánto ansío tenerte.



He recordado el primer día que te besé, justo en ese momento supe quien quería que fuera el padre de mis hijos. Tú. Tú con solo una sonrisa has logrado lo que nadie en mil palabras. Tú me has enamorado. Y eres tú la persona con la que deseo pasar la vida, hasta que mi alma se pierda en un lugar al que llamamos cielo. Quiero perderme contigo en el cielo. Te amo. Te amo, y deseo estar contigo cada día de mi vida, demostrando al mundo entero que tu y yo juntos somos felicidad.