jueves, 15 de octubre de 2015

Y de repente, tú


Tenía que encontrarte. Tenías que encontrarme. Debíamos hacerlo. Y suerte que lo hicimos a tiempo. Suerte que por casualidad tropezamos y me encontraste ahí, entre diez más. 

Siento destrozarte la teoría, pero fue suerte. Suerte de ser quien soy. Porque te gusta lo que he sido y lo que esté por venir. Porque todo suma (lo bueno, lo malo y lo regular, sí.) Y todo lo que suma nos convierte en quienes somos. Todo nos construye. Hasta que alguien lo descubre y lo tiene más en cuenta que todas las personas que han pasado y restaron. Así que por suerte te gustaron mis sumas, no por talento ni por oportunidad.

Oportunidad es la que me has dado para conocerte, para adentrarme en tus pensamientos y en tus planes de futuro. Y de repente, tus síes. Los míos. Tus propuestas. Mis respuestas. Y viceversa. Oportunidad. La que me has dado de hacerte feliz, de curar tus heridas, de hacer que vuelvas a creer. Una vez más. Que quien no cree acaba dejándose arrastrar. Acaba sin ser. Acaba y punto. Por eso cuando tengamos la oportunidad de creer, de crear, de sumar, y hasta de restar. Hagámoslo. Que las oportunidades son. En presente. O las tomas o las dejas. Nada de medias tintas. 

Talento es lo que tienes tú. Pero suerte es la que tuve yo. La que tuvimos los dos. Pero por mucho que para Julio César la suerte esté echada, “la suerte no se puede almacenar” según decía Romy Schneider. Así que no es simplemente suerte, que si fuera por suerte tal vez ya no estaría escribiéndote esto. Si fuera sólo por suerte, seguramente hubiera sido algo efímero. Fugaz. Pero no. Porque para mantener la suerte de tu vida, como te quedes atónito mirándola te vas a perder en ella. Para conservarlo se necesita el talento. Para aprender a hacerlo bien. A querernos bien. Talento para rectificar, para construirnos. 

Por eso lo que hemos construido es una suma de suerte, de oportunidad y de talento. Lo que hemos construido es muy nuestro. Lo que hemos construido no estaba planeado. Y de repente, pam. 


Yo no tenía planeado encontrarte. Yo no quería más amor. Y de repente, tú. Pero muy de repente. Y muy tú. 

viernes, 4 de septiembre de 2015

Constrúyeme toda

Arráncame toda. No te dejes ni un pliegue de mi piel sin arañar. Arráncame todo lo que me duela. Que lo que duele, son las primeras capas. Arráncame pues, la piel. Arráncame todo eso que no sea profundo. Arráncame los huesos, arráncame toda. Pero no me arranques el alma. 

No me arranques el alma. Que me dice que está sintiendo demasiado, que hacía mucho tiempo que no sentía así. Ni tan bien. Rómpeme toda. Y todo. Rómpeme los esquemas, las teorías del amor. Que nada sirve ya. Y cuando esté rota, constrúyeme de nuevo. Conviérteme en todo lo que he querido ser y no soy. Conviérteme y protégeme. 

Construye sobre mí torres de vigilancia para controlar los enemigos, para que pueda ver de lejos aquellos que no tienen que entrar en lo profundo. Construye un foso, dónde puedan caer los que lograron atravesar mi piel, pero no alcanzar mi alma. Y en el foso, que haya cocodrilos. Si quiero dejar pasar a alguien construye también un puente levadizo, que pasen. Pero si pasan, que sea para quedarse. Aunque, puede que se pierdan en mi casa. Construye escaleras de caracol para que pueda comunicarme con las diferentes capas, digo, con los diferentes pisos. Construye murallas. Y en ellas: aspilleras, muchas. No te olvides del patio de armas y de los soldados. Me gustaría también estar rodeada de agua, porque si alguien quiere de mí, tendrá que navegar muchos kilómetros. No pasará nadie que no se esfuerce. Que llegar para quedarse en el alma de alguien, no es un regalo. Es un proceso lento, así que empecemos por navegar. 

Lo que no entiendo es cómo has podido pasar todas mis capas. Cómo has podido navegar si odias la playa en verano y en el mundo en el que vivo es siempre verano. Cómo las has arrancado, cómo las has regenerado. Cómo has conseguido quedarte. Aún me desvelo cada noche preguntándome si lo has construido todo bien. Supongo que descubriste el pasillo que construí yo directo a mi alma, atravesando mi piel, esquivando los huesos y el miedo. Y por eso estás aquí conmigo. 

Entonces.

Ya no hay dos, ahora somos uno. Me toca protegerte. ¿Qué quieres que construya amor?


viernes, 3 de julio de 2015

Confesiones

Confesarme es lo más poderoso que he hecho en mi vida, lo más valiente. Lo más a secas. Confesarme es todo, es como estar delante de un abismo y sentirse casi nada. Confesarme me completa y me libera. Me asusta y me atrae a la vez. Y supongo, que será por eso que me confieso al menos una vez al día. Que no hay día que pase que no le confiese algo a alguien. Y hoy os lo confieso a vosotras. Porque os lo debo.

A ti, la que estaba sentada en la última fila de esa clase, te confieso que en la vida había conocido a alguien que me sorprendiera tanto, que pudiera esconder tanta energía y tantas ganas de vivir la vida al máximo, a loco. A lo locas. A ti, te confieso que estaba esperándote con los brazos abiertos, que me faltaba alguien que me dijera que estaba loca pero que le gustaba. A ti, te confieso que no tengo que confesarte nada, porque lo sabes todo de mí. Que no hay secretos que me calle, ni sentimientos que esconda. Eso sí, te confieso que tenías toda la razón cuando me decías que los que están siempre son los que tienen que estarlo. Y punto. Si no están, es porque no lo son.

Y a ti, ¿qué? A ti si que tengo que confesarte cosas. Y muchas. A ti te confieso que me entraste desde el primer día que te vi reír. Te confieso que no había visto sonrisa más sincera en la vida. Te confieso que dude de ti y que he dejado de dudar de ti. Que eres verdadera. Y pequeña. Porque te veo como una joya. Y tengo la necesidad de cuidarte. Acuérdate de esto que te digo porque tienes que tenerlo presente siempre, a lo largo de tu vida. Que no te pisen, que los pisotones duelen y tú eres frágil, no te rompas.

A las dos, os confieso que os necesitaba. Justo en el momento preciso, justo cuando teníais que estar, habéis estado. Y eso es la amistad. Y lo demás se puede ir a tomar viento. Cada vez veo más cierto eso que dicen de las casualidades o de la suerte. No sé si seréis mi suerte, o mi casualidad. Lo que sé es que si no os hubiera encontrado, os estaría esperando.

A las dos que estuvieron cuando tenían que estar.

viernes, 19 de junio de 2015

A menos diez

Y mira que no creía en arrepentirme. Que si algo se hacía era porque se sentía, y ya. Que todo venía por algo y que si ocurría era porque tenía que ocurrir. Que si no hubieras querido no lo hubieras hecho. ¿Pero qué coño queda ahora? Un vacío inmenso. Vacío. Lleno. De nada bueno y de todo malo. Ni un puto gramo de esperanza. Todo por actuar sin más, sin pensar. Sin saber a qué jugaba. Y jugando es cuando te das cuenta que hasta se puede perder todo lo que apuestas. Todo.

La pregunta es qué apostamos. Si no apuestas, tampoco vas a ganar nada, pero no lo vas a perder. Y te perderás cosas, cartas o jugadas que a veces es mejor que te pierdas. O no. Si decides ir: o lo ganas, o lo pierdes. Pero como la vida es tan puta: lo más seguro es que lo pierdas. Y te arrepientas. Y mira que no creía en arrepentirme. Si decides verlas, ahí estarás observando como te la juegan sin poder hacer nada. Inmóvil. Impotente. Pero... Y si la pregunta no es qué apostamos, sino ¿por qué? ¿Por qué apostamos? Apuestas para sentir miedo, para verte en las últimas. Tal vez para sentir que estamos vivos, para sentir el riesgo, para provocar al destino. O simplemente porque quieres apostar.



Alguien una vez me enseñó que o estás arriba, o estás abajo. Que es esa la mejor manera de vivir. Que de los momentos 0 no te acordarás, y que da igual si estás en un momento diez o en uno menos diez: de esos te acordarás seguro. Todo lo que sube baja, pero todo lo que baja también sube. Poco a poco, pero sube. Y estar abajo duele. Cuando estás abajo, te lo replanteas todo, el por qué apostaste, el cuándo apostaste, el a quién apostaste... Y te arrepientes. O no. Eso ya cada uno. Pero mira que yo no creía en arrepentirme. Y hoy lo hago.


viernes, 29 de mayo de 2015

Cuestión de perder

Que alguien me cuente a quién esperaba. O qué esperaba de ese alguien. Que alguien me cuente por qué no apareciste antes. O por qué tardé tanto en verte. Que alguien me cuente qué sería yo hoy sin ti. O qué continuaría siendo. Que alguien me ayude a recordar cuántas veces dije que no, que no me quería enamorar. 

Porque yo perdí la cuenta. 

Y la perdería mil veces más. Que enamorarse de ti, hasta da gusto. Pero hablando de perder: ¿porque no nos perdemos juntos? Que la única manera de salir viva de esto sea contigo y que tú solo puedas perderte conmigo. Pero que perdernos juntos no signifique jamás perderme a mí, ni perderte yo a ti.

sábado, 4 de abril de 2015

Dime

Dime amor, dime
por favor.
¿Con qué memorias debo quedarme?

¿Tengo que olvidarlo todo?

Dime amor, dime
si tengo que ser feliz con los recuerdos en mi mente,
o debo borrarlos.

Y borrarte

Dime tú, tú que ya sabes de esto.
Dime qué hacer para olvidar
(te).

miércoles, 18 de marzo de 2015

Momentos

Nos aferramos a algo que nos hace sufrir, esperamos a sufrir para acabar con una situación que nos consume. Esperamos que llegue el día en el que no aguantas un minuto más sin saber qué hacer, y estallas. Esperamos a un momento en concreto para viajar, pero ¿por qué esperar? Si quieres viajar, hazlo, no esperes. Si quieres besarte, bésate, no esperes. Que la vida ya corre como para que nos tengamos que esperar a que lleguen los momentos adecuados. No existen los momentos adecuados, ni los equivocados: existen los momentos, sin más. Así que no esperes, no esperes a nadie, no te esperes a ti mismo. Haz que tu cuerpo tenga que correr para atrapar a tu alma. Si vivimos esperando no somos conscientes de todo lo que nos perdemos, de todo lo que no vemos. Pregúntate si vives el momento, o el momento vive por ti. Si haces que los momentos no existan porque tú decides cuando es el momento. Que el momento dependa de ti.  Si vas a estar esperando siempre, o no quieres que te esperen.


¿Equivocarnos? Seguro. Pero ni nacemos perfectos ni vivimos para serlo. Vivimos para mejorar, para empezar desde cero y llegar al cien, quedarnos a la mitad o no superar el diez. Vivimos para ser nosotros y vivir a nuestra manera. Pero no vivimos para esperar. No vale la pena esperar a sufrir para empezar a disfrutar. Ni te darás cuenta, y será demasiado tarde para empezar a vivir, así que no esperes, equivócate. Y levántate sin esperar a alguien que lo haga por ti. Aprende que no necesitas a nadie que no seas tú. Por que tú estarás contigo siempre, pero miles de personas te abandonaran, incluso aquella que te sonrió en el metro, algunas falsas amistades, algunos expertos en promesas, otros que no lograrás recordar su nombre, y también esos que recuerdes hasta su perfume. Por desgracia (o por suerte) durante el transcurso de la vida nos abandonan, y algunas marchas son dolorosas y otras las agradecemos. Pero no eres tú quien escoges el momento en el que se van.

Por eso y por mil cosas más, no esperes ni un segundo para hacer lo que te ronda por la cabeza, que si puede ser, ni te lo pienses. Porque si lo piensas, lo sientes. Y cuando sentimos algo, lo hacemos con ganas, lo disfrutamos y sentir las cosas nos hace estar vivos. No voy a quedarme de brazos cruzados esperando el momento, esperando el lugar, esperando algo adecuado. Si tengo que equivocarme, me equivocaré, pero que por la incertidumbre o el miedo a fallar, no sea.